viernes, 19 de marzo de 2010

Un pequeñín pardusco sosegó mi soledad esta noche. Su balada, perfecta y aturdidora, avivó toda mi curiosidad. Como el canto de las sirenas atrayendo a los marines, me encontré persiguiendo ese chirrido particularmente familiar. Caminé, miré, busqué. En el lugar más impensado estaba escondido. Manifestándose como si feliz estuviera, por haber sido descubierto, avivó su entonación con mayor vehemencia. Allí estaba. Quietito. Detrás de mi retrete. Un grillo imponente desplegaba todo su talento sólo para mí…