viernes, 13 de agosto de 2010


Un diablillo se detuvo en la ventana del hombrecito de espalda corva y ojuelos tristes. Una noche, el hombrecito, quien siempre andaba distraído en sus preocupaciones, se detuvo y posó la mirada sobre su ventana. Allí lo vio. Nocturnamente radiante.
El diablillo lo observaba. Quietito. Solo lo observaba. Tan nervioso se puso el pobre al sentirse atrapado, que en un descuido dejó ver sus alas. El hombrecito, al percatarse del querubín disfrazado, con un dejo temeroso, abrió su ventana sin decir palabra alguna. Solo un ademán invitó al diablejo a atravesar el umbral.
Se miraron en silencio durante largo rato.
-Hombrecito! Porqué tus ojos se ven tan tristes y tu lomo tan corvo?. Rompió el silencio, preguntando intrigado, el diablito.
-Porque arrastro mucho peso y eso no me permite ser del todo feliz. Respondió el hombrecito manteniendo su mirada baja.
-Yo podría ayudarte a soportarlo!. Exclamó el diablillo sin poder controlar su aleteo. –Si vos querés… Acotó tímidamente.
El hombrecito levantó su cabeza, hundió su mirada en el diablito y como lava de un volcán en erupción, sus lágrimas rebalsaron de sus ojuelos abatidos.
-No llores hombrecito! No llores! Le pidió el diablejo pasando sus alas por los ojos húmedos, tratando de contener su llanto.
El hombrecito se abrazó fuertemente al cuerpo del querubín disfrazado como si sólo él pudiera ayudarlo a alivianar su peso.
-Hombrecito, hombrecito… Pero si estás tan lleno de luz… Sólo tenes que verlo vos mismo y animarte. ANIMARTE A BRILLAR!. Yo me quedaré aquí dentro, bajo tu ventana. Quietito. Observándote. Alentándote...
El diablejo desplegó por completo sus alas, soltó sus cabellos rizados y muy despacio caminó hacia el umbral de la ventana.
-Ahora sabes quién soy, hombrecito. Aquí me tienes, aguardando a ser aturdido por ese inmenso resplandor…